jueves, 10 de marzo de 2011

EL VISIONARIO DEL BARROCO

Para mi amigo JV
Entre las cuatro paredes de un taller, en la parte alta de una casa burguesa, un hombre no ha necesitado viajar a Italia , ni codearse con el gran mundo , para convertirse en un artista inigualable. Ya ha tenido sus años de vanidades, donde asistía a fiestas y malgastaba el dinero en ropas caras y manjares. Ahora , en sus años de vejez, una vejez en la que perderá todo, deja caer su mirada lúcida sobre los lienzos de su taller



Y extrae magia de ellos. Este hombre es Rembrandt van Rijn, hijo de un molinero, que creía que la pintura era un adorno en su brillante vida social y en realidad ha sido la razón de su existencia.

Entiendo a Rembrandt como uno de los primeros que la objetualiza, es decir, atiende a su materia con tanto interés como a su mensaje. Sí, es un gran contador de historias, de infinita imaginación, y un compositor maravilloso, capaz de situar en escena decenas de personajes sin que sobre ni falte ninguno.







Pero es que además, al final de su vida, no pinta, sino que faena, con el material que tiene entre sus manos. Los pigmentos que prepara en su taller se mezclan con cargas en polvo, para darles mayor consistencia, especialmente albayalde. Siempre ha sido aficionado a los juegos de luces, pero , en su madurez, sus fondos son siempre oscuros.


Allí aplica su pincel, primero , muy diluido, en forma de veladura, de manera que no añade, sino que desvela. Pero sus experimentos con el material no son de ahora. Es famoso el retrato de su juventud , en el que utiliza el mango del pincel para rascar sobre la pintura fresca.




Ahora,con la seguridad de un maestro, aplica la espátula, , con pinceladas espesas de óleo, cuyas vibraciones destacan sobre el negro del fondo proporcionando un brillo inigualable.







No hay temor alguno al efecto inacabado, él que en su juventud dibujaba con minuciosidad incluso la piel surcada de venas en las manos de "la profetisa Ana"








Ya en su madurez, en "Isaac y Rebeca", el trabajo de la espátula en la manga es un prodigio de pintura matérica. Es una textura sugerida que imita una tela rica , con hilos de oro, en linea con lo que se consideraba una vestimenta de un judío de su época. Rembrandt es un maestro de la ilusión pictórica, como Velázquez, pero lo que este último sugiere en pinceladas untuosas, el holandés lo trabaja casi como un relieve.



Raspados, superposiciones, rayados, son aliados de un pintor poco convencional. Y sus encargos se resintieron. Acostumbrado a gastar , Rembrandt compra una casa bastante cara, y llena su taller de caprichos traídos de las colonias holandesas en oriente. Las modas en su ciudad toman otro rumbo, y , cuando abandona su minuciosidad y suavidad en el trato pictórico, le abandonan.



A pesar de la ausencia de encargos importantes, el camino emprendido es imparable. No pinta para vender , sino para sentir la pintura.
Como muestra de lo que puede hacer un genio con un anodino modelo en escayola, me impresiona el retrato de Homero. Sacado de un busto que todavía se puede ver en su taller.




A gruesas pinceladas, con una sóla gama de tonos amarillo-dorados, Homero se ha convertido en un apóstol, que emana gracia divina.



Aunque sigue realizando motivos religiosos y retratos, Rembrandt ya tiene la mirada del puro pintor, que es capaz de mirar el mundo y convertirlo todo en una interpretación pictórica.Del poder de evocación, muy poderoso por lo que tiene de bello y brutal, nos habla el "Buey desollado", que autores como Bacon recuperarían años más tarde.




Una luz cálida envuelve lo que no es más que un pedazo de carne abierto en canal. Hay algo parecido en la forma en que las patas están atadas al palo y la tensión de una crucifixión , y seguro que el pintor se dio cuenta de ello. El acabado es de una belleza asombrosa, y un muestrario de técnicas de la pintura al óleo.

Finalmente, en el autorretrato menos indulgente de todos los que se han pintado, Rembrandt se construye con pinceladas doradas, toques gruesos y rascados . Esta pintura se ha interpretado como una evocación de Zeuxis, el pintor griego del que no se conserva ninguna obra, o de Demócrito, el filósofo. En ella la cabeza aparece ligeramente girada hacia el espectador, con una sonrisa incrédula e irónica, como si mirara hacia atrás y se riera de sus afanes, y de paso, de los nuestros.


Nada que ver con el que se considera último autorretrato, mucho más dulce, suave y complaciente, que nos muestra a un respetable caballero, adornado con toques de vanidad en las ricas telas. Tampoco la técnica tiene nada que ver, es mucho más arriesgada en el primero, lo que hace pensar que era más para su contemplación personal.





Estos dos retratos muestran la ambivalencia en que se movió siempre el personaje, queriendo ser un miebro respetado de la sociedad, y al mismo tiempo dejandose llevar por la evolución que le pedían sus propias intuiciones. Tan complejo como la época que le tocó vivir, el siglo del barroco, el de las contradicciones.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muchas gracias, es un placer tenerte de vuelta y poder disfrutar de tus capacidades.
Salud.