París, 1921. El escritor Marcel Proust descubre en el periódico las excelentes críticas de una exposición de pintura holandesa en el Jeu de Paume. En contra de su costumbre, se levanta temprano para acudir junto a J.L. Vadouyer, crítico y conocido suyo. Su llegada es accidentada. Primero sufre un mareo al bajar la escalera y mientras recorre la exposición con paso vacilante tiene que ser sostenido por su amigo. Pero cuando se sitúa frente a la “Vista de Delft”, de Vermeer , no puede sino confirmar lo que había sentido la primera vez que lo vio, hace veinte años , en la Haya: “Entonces comprendí que estaba contemplando el cuadro más bello del mundo”.
La sombra de Vermeer se filtra por toda la obra de Proust. En su búsqueda incesante para conseguir atrapar el tiempo, encuentra en la obra de Vermeer un reflejo parecido a sus inquietudes. Porque las pinturas de Vermeer son instantes eternos. Al mismo tiempo que dan la impresión de serenidad y quietud, entendemos que todas ellas desprenden una sensación de fugacidad: El astrónomo que levanta un momento la vista del mapa, la mujer que se vuelve como requerida por una llamada, la criada que vacía el jarro de leche… Sin duda no es casualidad que siempre que se aluda a Vermeer salga a colación su relación con la cámara oscura. Es que la aprehensión de esos gestos nos recuerda instintivamente a las instantáneas fotográficas. Ninguno de sus modelos podría posar horas, ni siquiera minutos, porque los gestos que capta son momentáneos. Y los congela, como le gustaría hacer a Proust.
En la “Vista de Delft”, cuesta un poco más percibir esa sensación de fugacidad. Los modelos del pintor son sus edificios, de naturaleza inmóvil. Las personas que aparecen no son sino meros adornos. Pero está, porque no es posible concebir si no la magia de esta pintura. En el cielo de una tarde de verano, unas nubes oscuras ensombrecen la ciudad. Solamente el paso de unas nubes... pueden cambiarlo todo. Y como hemos experimentado muchas veces, la sensación sólo dura un instante.
En la “Vista de Delft”, cuesta un poco más percibir esa sensación de fugacidad. Los modelos del pintor son sus edificios, de naturaleza inmóvil. Las personas que aparecen no son sino meros adornos. Pero está, porque no es posible concebir si no la magia de esta pintura. En el cielo de una tarde de verano, unas nubes oscuras ensombrecen la ciudad. Solamente el paso de unas nubes... pueden cambiarlo todo. Y como hemos experimentado muchas veces, la sensación sólo dura un instante.
Elegir ese momento para pintar un cuadro requiere una sensibilidad excepcional. Porque la ciudad natal del pintor podía haber sido representada con una luz esplendorosa, que resaltara los colores y la hiciera brillar al sol. Sin embargo, Vermeer utiliza el contraste de luz para dar sentido a una composición que podría verse afectada por el exceso de horizontales.
Una primera división, establece dos partes: el cielo y la tierra. La línea del horizonte es ligeramente más baja que la mitad.
Aún así, el peso visual del cielo, que sería enorme al estar resuelto en colores claros, queda compensado por la nube oscura que enmarca el borde superior y que lo adelgaza. La tierra, se divide en tres sectores , marcados por el primer plano de arena, el agua del río y los tejados. En estos es donde Vermeer despliega una exquisita paleta dentro de dos tonos básicos. El azul y el naranja. Porque el cuadro, como todos los del autor, está construido como una filigrana de matices .
Esta es la paleta de la Vista de Delft. Son unas pocas variaciones de dos colores opuestos, complementarios. Por ello, escogerlos supone un riesgo que podría conducir a la estridencia. El equilibrio que se trasluce del cuadro viene de su punto de saturación. Vermeer nunca pone al lado un azul o un naranja puros, sin mezcla de blanco o negro. Si observamos los tejados, los azules son tonos terciarios, con mezcla de negro o , mientras que los naranjas que tiene al lado brillan en todo su esplendor. A la derecha, los amarillos con blanco se ven compensados por los azules grisáceos. El jirón de azul cielo resalta espectacular entre las nubes grises, mientras que el amarillo del suelo se ve matizado por el gris azulado del agua.
Entre el posible significado simbólico, se destaca su vínculo con la monarquía de los Países Bajos, ya que en su suelo está enterrado el primer miembro de la dinastía, Guillermo de Orange, y artífice de la independencia. Pero además, en esa iglesia fue bautizado el propio Vermeer, y sería enterrado allí. Mediante el uso del contraste creado por la masa oscura de los tejados, el brillo de la torre atraparía la mirada del espectador.
Siempre se ha descrito en este cuadro, el uso del punteado para crear la sensación de reflejo del agua , en los barcos y los edificios. Eso mismo se ha relacionado con los efectos producidos por las lentes en las imágenes formadas por la cámara oscura. Parece, sin embargo, que hay discrepancias sobre ello.
Siempre se ha descrito en este cuadro, el uso del punteado para crear la sensación de reflejo del agua , en los barcos y los edificios. Eso mismo se ha relacionado con los efectos producidos por las lentes en las imágenes formadas por la cámara oscura. Parece, sin embargo, que hay discrepancias sobre ello.
Me interesa destacar que , aunque este efecto sea artificial, la contemplación del cuadro no encuentra distorsión alguna en ello. Se convierte en algo natural en el cuadro, como si no pudiera ser resuelto de otra manera. Es el estilo de Vermeer, su perfección.
Proust realizó una recreación de su visita a la exposición, convirtiéndolo en la revelación definitiva que antecede a la muerte de un artista. El escritor de su obra , Bergotte, sufre un ataque, en parte provocado por la “Vista de Delft”. Una pequeña parte del cuadro, sobre la que los especialistas no se ponen de acuerdo , le hace enfrentarse con ojos críticos ante su propia obra. El escritor , azuzado por enfermedades en principio imaginarias, sufre una catarsis que le lleva a la muerte.
Proust realizó una recreación de su visita a la exposición, convirtiéndolo en la revelación definitiva que antecede a la muerte de un artista. El escritor de su obra , Bergotte, sufre un ataque, en parte provocado por la “Vista de Delft”. Una pequeña parte del cuadro, sobre la que los especialistas no se ponen de acuerdo , le hace enfrentarse con ojos críticos ante su propia obra. El escritor , azuzado por enfermedades en principio imaginarias, sufre una catarsis que le lleva a la muerte.
La mirada de Proust no hace sino acrecentar la grandeza de Vermeer. Es la lectura de una sensibilidad preocupada por aprehender lo inaprensible. La fugacidad que se nos escapa, volátil, como el tiempo. Sin embargo, por aquellos misterios del arte, podemos sentir esa tarde de verano , ensombrecida por una nube pasajera, en el Delft del siglo XVII, como lo sintió Vermeer y como lo recibió Proust.
A mí también me parece , si no el más, uno de los cuadros más bellos que existen.
A mí también me parece , si no el más, uno de los cuadros más bellos que existen.
Para saber más: http://www.essentialvermeer.com
2 comentarios:
Espectacular, simplemente.
En la novela de Jorge Semprún "La otra muerte de Ramón Mercader" esta pintura tiene importancia para sensibilizar al lector. Se trata de una novela muy interesante como creación del lenguaje. No creo que haya sido bien valorada en su momento y ahora que el tiempo pasó tal vez cueste traerla de nuevo a la consideración de.los hombres. No así el cuadro mencionado que sigue siendo inmarcesible con el paso el tiempo.
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